El ejercicio de la abogacía no ha sido precisamente un camino de rosas: a través de la historia a enfrentado justas críticas por las acciones que deshonran la profesión, pero también ha sido injustamente descalificada con generalizaciones que no reconocen el trabajo honesto de los abogados. El abogado es el colaborador más importante en la construcción de una sociedad justa, pero como esto es una tarea pendiente en la convivencia humana, la crisis de la justicia en general afecta seriamente el ejercicio del derecho produciendo desconfianza y escepticismo hacia los abogados. Hoy, comenzando el año 2014, se puede afirmar que no corren buenos tiempos para los abogados y, ante esta situación, quienes creemos y queremos esta profesión estamos obligados a trabajar para colocarla en el lugar que justamente se merece. Ese es el objetivo principal de esta página. Voy a comenzar reproduciendo un discurso pronunciado en 1996, donde hago algunas reflexiones que preocupaban a nuestro oficio en aquellos momentos, con esto quiero destacar qué, no estamos ante un problema nuevo, sino ante una crisis que en el tiempo se ha agravado.
Discurso de orden con motivo del Día del Abogado, el 23 de junio de 1996
El nuevo abogado
Cuando la Junta Directiva de la Delegación de Abogados del Municipio Autónomo Caroní me informó que había sido designado como orador de orden para esta sesión solemne, me embargaron sentimientos contradictorios: por una parte, la emoción natural de sentirme honrado con esta distinción y, por la otra, la preocupación por la escogencia del tema a tratar. Inicialmente pensé centrar mi atención, en resaltar las virtudes de nuestra profesión y analizar el noble espíritu de Don Cristóbal Mendoza, cuyo natalicio es el motivo por el cual se celebra hoy el Día Nacional del Abogado. Pero las difíciles circunstancias que atraviesa el país, y el reclamo que se nos hace a los abogados, para mejorar la administración de Justicia, me hicieron desistir de este propósito y asumir un análisis objetivo del rol que hoy cumplimos en la sociedad, y lo más importante, cual es el que debemos cumplir.
No voy a hablar de la crisis de valores que afecta a toda la sociedad, ni de la lógica materialista que nuestro sistema de vida impone en perjuicio de la dignidad del hombre. Voy a ocuparme de un problema más concreto y estrictamente jurídico, que a mi manera de ver las cosas, es el responsable de que la profesión de abogado haya caído en el descrédito. Me refiero a cierta “filosofía jurídica” que se resiste a aceptar, que las nuevas ideas penetren en el mundo del derecho, sometiendo a los juristas a una especie de esclavitud intelectual, que solo les permite moverse dentro de un marco formado por la interpretación literal de la ley, la autoridad de la doctrina y el infalible criterio de Casación, olvidando que el derecho regula la vida de los ciudadanos y dentro de este contexto siempre debe interpretarse.
Recuerdo las palabras del Doctor Antonio Reyes Sánchez en el brillante discurso que pronunció el año pasado, tal día como hoy, cuando hacía referencia a la credibilidad de nuestro oficio, que desciende por debajo de la de otros, no tan profesionales. Este sentimiento, no solo lo palpamos en el ámbito nacional. El Jurista español Luis Muñoz Sabaté, sostiene, que la sociedad cada día se muestra más satisfecha de sus médicos, químicos, ingenieros etc., pero cuando recurre a la esfera del Derecho para solucionar alguno de los conflictos jurídicos, sale de la misma, casi siempre, con la impresión de que, es un mecanismo anticuado e inútil, que no sirve para cubrir las necesidades de nuestro tiempo. Considera el citado autor, que esta situación hace brotar serias dudas sobre la eficacia de nuestra disciplina, e inclusive a los más sensibles les produce cierto complejo de inferioridad.
Pero no todas las críticas están en este tono moderado, la profesión de abogado ha sido objeto de duros calificativos, de los cuales me permito citarles las palabras de Florynce Kennedy que señala "La nuestra es una sociedad prostituta. El sistema judicial, y más especialmente la profesión de abogado, es un prostíbulo que presta servicios a aquellos que están en mejor posición de pagarse los lujos que la justicia ofrece a sus clientes preferidos."
Ante afirmaciones como la anterior, no pueden los amantes del Derecho y mucho menos los abogados permanecer indiferentes. No hay que olvidar, que el Derecho es de importancia tal que sin él no existiría la sociedad, y aunque no quieran reconocerlo los detractores de nuestra disciplina, el cuerpo social se mantiene gracias al Derecho, que es el regulador del nacimiento, vida, relaciones y extinción de las personas y de las instituciones. Ahora bien, si el Derecho es quien mantiene latente el orden social, ¿por qué es considerado como una disciplina inútil? La respuesta es sencilla: el derecho regula las relaciones sociales mientras no entran en situación de conflicto, pero, cuando éste se produce el sistema procesal empleado no está a tono con las necesidades del hombre moderno.
El hombre de hoy considera a la "eficacia" como un valor que debe tomarse en cuenta en todas las actividades de la vida y la justicia no puede ser ajeno a esto. No se contenta con el simple reconocimiento de sus derechos sino que aspira a que estos sean realmente protegidos. Como dice Jorge Walter Peyrano "Los Justiciables de hoy ya no se contentan con una justicia "proforma" o con sentencias líricas. Se ha dicho que "... la apetencia de justicia real que impregna el ánimo del hombre de hogaño, dista mucho de la resignación del hombre de antaño que, habitualmente baja su cerviz ante el hecho consumado de la injusticia perpetrada en su detrimento... Vivimos en una época que resultaría del beneplácito de Ihering. Aquí y ahora se lucha por el propio derecho de manera encarnizada" Pareciera que el imperativo de la hora consiste en reclamar nuevas herramientas y nuevas soluciones jurídicas capaces de abastecer el valor "eficacia" para que así resulte - en definitiva - eficazmente surtido, el valor Justicia."
Planteado el problema en estos términos, puede pensarse que la solución está al alcance de la mano, simplemente modernizando las instituciones procesales, para que los juicios se desarrollen de acuerdo con las necesidades sociales. Así lo perciben los distintos sectores de la sociedad civil, cuando plantean como una de las soluciones urgentes para salir de la crisis que atraviesa Venezuela, la reforma del sistema de administración de Justicia, presentando para ello varias fórmulas, una de las cuales parte de la modificación de la normativa actual, desde el mismo texto constitucional hasta las demás leyes.
Pero, la idea de que solo con nuevas leyes vamos a mejorar el sistema judicial es, a mi juicio, una mera ilusión. La modernización de la legislación es necesaria, pero no es determinante para obtener el cambio esperado. Hace falta algo mucho más importante, hay que producir un cambio de mentalidad en las personas llamadas a legislar, interpretar y aplicar la ley, provocando una forma de entender el derecho más acorde con los tiempos que corren. Para demostrar lo que aquí les afirmo voy a hablarles de la experiencia vivida.
En el año de 1986 entra en vigencia un nuevo Código de Procedimiento Civil que sustituye al vigente para aquel entonces, cuya data era de 1916. El nuevo instrumento jurídico presentaba una serie de reformas en relación con el Código anterior que prometían procedimientos más eficaces para la administración de justicia en materia civil. Entre otras cosas, se sostenía que los juicios serían más rápidos pues los cómputos se realizaría por días consecutivos y se eliminaban las vacaciones judiciales; se acabaría con el vicio de presentar demandas inadmisibles o innecesarias, pues el juez debía pronunciarse sobre su admisión y el actor estaba obligado a gestionar la citación de inmediato; se le daban facultades al juez para buscar la verdad más allá de los elementos que le aportan las parte y a sancionar las deslealtades procesales. Pero para hoy, a diez años de la entrada en vigencia del Código de Procedimiento, parece mentira que su filosofía no haya llegado todavía a los tribunales, donde habita el espíritu del legislador de 1916.
La doctrina de Casación acaba con los cómputos de los lapsos por días consecutivos; sostiene que si el actor paga los aranceles judiciales no tiene porque gestionar la citación; el Congreso reforma el articulo 201 y vuelven las vacaciones judiciales; en los tribunales los autos de admisión de las demandas dictados bajo la vigencia del Código derogado son idénticos a los que se dictan hay en día; el juez escasas veces hace valer las facultades probatorias de oficio y mucho menos las sancionatorias al litigante desleal. Es decir, cambiamos las leyes pero seguimos igual, pues la mentalidad con que Se interpretan no ha cambiado. Esto ya había sido advertido par el Dr José Rafael Mendoza, en obra publicada en e1 año 1987 con motivo de la entrada en vigencia del nuevo Código de Procedimiento Civil, donde expresaba: "A menudo se culpa a las leyes de la crisis en la administración de justicia. Para quiénes hemos sido Jueces por muchos años podemos afirmar que esa es una excusa; lo que está planteado es un cambia de mentalidad en el Juez”
Hay quienes se resisten al planteamiento anterior, con el argumento, de que el derecho, y específicamente el procesal, es una ciencia que se rige por una serie de principios que debe observar la decisión judicial, y que las sentencias, aun cuando no satisfagan al colectivo deben ceñirse exclusivamente a los postulados de la ciencia jurídica. Posiciones como ésta provocan la amonestación del famoso jurista Scialoja en el sentido que, hay que hacer ciencia procesal útil, sosteniendo que "muchas veces, el procesalista latino deslumbrado par los cielos de la abstracción pierde contacto con la realidad de todos los días; realidad que podrá ser rutinaria y enfadosa, pero que es insoslayable. Cuando se teoriza, es preciso apoyar por lo menos un pie en la tierra" Esto es esencial, lo legal no puede estar apartado de lo real.
Pero ustedes se preguntarán, concretamente, ¿cual es esa mentalidad que estoy criticando y a la que le atribuyo la responsabilidad del descrédito del derecho? Aquella que – con la mejor intención - sostiene que, la función primordial del derecho es la certeza, la cual se garantiza exclusivamente con leyes, que debe tener una sola interpretación, pues así se preserva la seguridad jurídica. Si esto fuera así, no nos encontraríamos cada mes con frecuentes cambios de jurisprudencia que llenan de hojas negras los repertorios de Casación, donde podemos observar como una misma norma de procedimiento es interpretada inicialmente de una forma, y posteriormente se abandona el criterio por otro que parece mas apropiado a nuestro máximo tribunal.
Hoy, hasta los más acérrimos defensores del positivismo jurídico aceptan que el derecho es mucho más que la ley. Bueno es aclarar que, una cosa es ser positivista y otra “literalista”. Desde tiempos del historicismo, se afirma que, el Derecho es lo que la sociedad quiere que los hombres hagan y debe interpretarse desde este punto de vista. Es un instrumento destinado a organizar la sociedad, que debe afinarse a medida que las necesidades de ésta así se lo exijan, en un proceso de creación permanente, muy diferente a una concepción estática, fundada en una serie de “fórmulas inmutables”, muchas veces solo conocidas por los más instruidos en la ciencia jurídica.
Por lo anterior, necesitamos con urgencia un cambio de mentalidad en nuestros juristas, referente a la forma de interpretar el derecho. Podemos aceptar que quienes desconocen la raíz del problema mantengan la ilusión de que con el cambio de legislación desaparecerán los "males de la justicia". Nosotros sabemos que esto no es así. Para que nuestra disciplina asuma el rol que le corresponde en la sociedad, como garante de las relaciones armoniosas entre los hombres, se debe producir una verdadera revolución de tipo ideológico, cambiando los criterios que norman la actividad jurídica por un nuevo paradigma de la abogacía.
El planteamiento anterior es un clamor universal, surgido dentro del seno de nuestra disciplina, que es de donde únicamente se puede originar el cambio tan ansiosamente esperado y deseado. En este sentido me voy a permitir leerles un breve párrafo del discurso pronunciado e1 4 de mayo de 1995 por el Jurista peruano Fernando Trazegnies Granda en la Academia Peruana de Derecho: "Una Filosofía dinámica del derecho como la que quiero proponer aquí, tiene por eso que alzarse irrespetuosamente contra todos los valores establecidos y todas las autoridades paternas, para recuperar la libertad, la originalidad, la capacidad de creación y, consecuentemente, la plena responsabilidad de sus planteamientos. El jurista no puede ser el servidor sumiso del legislador de la Escuela o de la Doctrina aceptada sino que tiene que asumir el papel de héroe trágico y proseguir a su propio riesgo, la tarea de creación permanente del Derecho.”
Se habrán dado cuenta, de que no he hablado ni de la corrupción, ni de los padecimientos que sufren los abogados en el ejercicio de su profesión, pues no he querido entrar a analizar las patologías sociales que igualmente afectan a nuestra disciplina para que ello no se interprete como una justificación de los eventuales errores que podemos haber cometido. Es más, en virtud de que actualmente ocupo el cargo de juez, me he cuidado de no tocar el tema referente a la problemática del Poder Judicial, pues considero que esta tribuna y este día, están reservados a la voz de lo que somos por encima de todo: simplemente abogados. Aunque no puedo dejar de señalar, que al Poder Judicial se le cargan más culpas de las que tiene, inclusive se le quiere responsabilizar por la existencia de las grandes desigualdades sociales.
Desde el principio he afrontado la tarea de analizar las razones, por las que nuestra profesión ha caído en el descrédito, para concluir que lo que se impone es un cambio en la mentalidad en el jurista. Y más allá del beneficio gremial que esto pueda aportarnos, este cambio se traduciría en el surgimiento de un nuevo abogado que sienta el derecho de una manera diferente en beneficio de su colectividad. Hoy más que nunca Venezuela necesita un nuevo abogado; un abogado que piense y razone como jurista y no se limite simplemente a conocer el contenido del derecho positivo y de la Jurisprudencia; un abogado que asuma una posición más critica y realista ante el texto de la ley, y que cuando le toque resolver un conflicto jurídico, no parta de la idea de que, siempre la ley ofrece la única solución correcta inclusive, que argumente en favor de la solución que considera más justa, aun cuando tenga plena conciencia que esta no es la que plantea el Derecho Positivo; un abogado que entienda la necesidad de proteger al ciudadano común contra los atropellos que día a día producen las fuerzas sociales, en lo cual el positivismo jurídico ha fracaso rotundamente, llegando al extremo de dar validez jurídica a actuaciones que constituyen verdaderos atentados contra la dignidad del hombre.-
Lo anterior podría ser, el perfil del abogado que el país necesita. No hablo de cambios de personas necesariamente, sino de actitudes pues creo que la razón habita en el interior de todo hombre y en algún momento tiene que surgir, como en los versos de Bécquer, "Cuantas veces así duerme el genio en el fondo del alma esperando una voz como Lázaro que le diga, ¡levántate y anda!.
Estimados colegas, hoy es un día de júbilo para los abogados, pero también es el momento obligado para una honda reflexión, ¿quienes somos y hacia donde vamos? ¿Nos contentamos con que el ejercicio de nuestra profesión sea simplemente una manera de ganarnos la vida, gestionando problemas ajenos a través de mecánicos procedimientos y aplicando principios cuya validez no nos atrevemos a indagar?, O, ¿estamos dispuestos a asumir el papel de héroes trágico y proseguir a propio riesgo la tarea de creación permanente del derecho, que mencioné anteriormente?. La decisión depende de nosotros. A muchos les parecerá, que exponer estas ideas en sociedades donde el mismo derecho se ve coaccionado por la fuerza, que en definitiva todo lo domina, es de un lirismo ridículo, y lo prudente es asumir aquella posición de mantenerse idealista si se trata de asuntos ajenos, pero actuar en forma práctica cuando se trata de los intereses propios. Ante esta lógica relativista de fin de siglo, el verdadero jurista no puede claudicar, y por encima de cualquier fracaso personal aparente, debe mantenerse firme en la intención de lograr un orden jurídico más justo y más humano, en una actitud de vida como la que hermosamente describía Helder Camara: Con la convicción gozosa de que tal vez, algún día la fuerza del derecho vencerá al pretendido derecho de la fuerza." Señoras y señores, feliz día del abogado, muchas gracias.
Ciudad Guayana, junio de 1996.
No hay comentarios:
Publicar un comentario