viernes, 22 de julio de 2022

Kelsen, la autopista y la realidad de dos mundos

La justicia es la  adecuación del comportamiento humano a las normas del orden social. Eso decía el inevitable Hans Kelsen; para muchos, el mejor jurista del siglo XX. Y para él, el orden social no era otra cosa que el derecho positivo, que a su juicio diseña un mundo ideal: un mundo  donde los ciudadanos reclaman sus derechos, cumplen con sus deberes y se responsabilizan por lo que hacen. Un mundo hipotético que, perfectamente puede ser real si se toma conciencia del valor de lo justo, que cobra vida con el cumplimiento de la ley.

El problema es que no todos ven el mundo de igual manera. Alejandro Nieto, destacado Catedrático de Derecho Administrativo en España, en su libro,  El mundo visto a los 90 años. dice que: “el mundo social está desdoblado: Está por un lado, -el que debería ser,- el que se supone que es- un mundo ideal ( en cuanto irreal) en el que los ciudadanos son justos y benéficos, honestos, responsables de sus actos  y cumplidores de sus compromisos, fiables tanto por su temperamento como por la severidad de las normas que ordenan sus relaciones y a las que atienden puntualmente; …Ahora bien, por otro lado está el mundo real que es así como funciona: ni los individuos ni las instituciones se comportan como se dice. De hecho, el mundo social es engañoso y peligroso; nada es  lo que se aparenta; no es el reino de la justicia ni de la paz ni de la razón; los individuos singulares son o explotadores o explotados; cuando se pide igualdad y justicia se recibe en el mejor de los casos buenas palabras”

 ¿Cómo es realmente el mundo social? Debo reconocer que el mundo ideal de Kelsen está lejos de nuestra realidad, pero no estoy de acuerdo totalmente, con la imagen del mundo que describe Alejandro Nieto. Es verdad, las buenas palabras se utilizan para engañar y ocultar las injusticias, existen numerosos explotadores y explotados, la cotidianidad es muy peligrosa y hay que vivir  a la defensiva porque ni el derecho ni las instituciones garantizan la seguridad y la certeza que ofrecen. Pero no todo es así.

Sobre esto, medito todos los días cuando tomo la autopista para ir al trabajo. Mi primera impresión es que entré en un ambiente parecido al de Mad Max, furia en el camino: parece una competencia  por ir lo más rápidamente posible de cualquier manera; los límites de velocidad no se respetan, se adelanta por cualquier lado; igual se atraviesa un pequeño vehículo, que un camión o una cisterna de gasolina. Y que decir de los motorizados, parecen seres fantasmagóricos que aparecen inesperadamente por todas partes. Todo esto condimentado por la desaparición del Estado y la ausencia de sus autoridades. Decir que aquí está presente la idea de justicia de Kelsen es ingenuo y absurdo, porque el comportamiento humano se adecúa a cualquier cosa menos al orden establecido por las normas sociales. Sin embargo, siempre hay  motivos para la esperanza: hay quienes cumplen las reglas, moderan la velocidad, ceden el paso y con esa actitud hacen el tránsito más vivible y armonioso 

En el resto de la sociedad pasa lo mismo que en la autopista: ni el paraíso ni el infierno absoluto.  Hay mucha gente que cree que hay que vivir de acuerdo con la ley; otros que no se conforman con cumplirla, sino que trabajan para que cada vez su cotidianidad esté más ordenada. Y además, hay quienes dedican su vida para que  el ideal de un mundo justo no sea una realidad inalcanzable. 

Y si queremos contribuir con la construcción de ese mundo tan deseado,  podemos empezar tomando conciencia de que, con sus virtudes y sus defectos, entre las grandes  creaciones de la mente humana, está indiscutiblemente la ley.


  


No hay comentarios:

Publicar un comentario