El distinguido historiador guayanés Rafael Marrón me ha honrado con la tarea de dedicarle unos comentarios a su libro Piar, el juicio, uno de los trabajos de investigación histórica más importantes sobre el polémico héroe de la batalla de San Félix. Sin duda, se puede afirmar que Manuel Piar es la figura más polémica de la historia de la independencia de Venezuela; polémica que nace de la sentencia que le condena a muerte en Angostura el 16 de octubre de 1817 ¿juicio justo o teatro para eliminar a un adversario político? Esa es la interrogante que ha quedado marcada, principalmente en el piarismo que quiere rescatar la malograda figura del prócer, culpando a Bolívar del trágico final de su gloriosa vida. El caso Piar -como lo llamaría un abogado- es tan complejo, que llega convertirse en leyenda como lo expresa la poetisa guayanesa Mimina Rodríguez Lezama en su obra Héroes y espantapájaros
Puedo afirmar que entre la frondosidad bibliográfica que crece en torno al recuerdo de Piar, el trabajo de Rafael Marrón es uno de los menos riesgosos para no perderse buscando la verdad. El autor respeta el derecho del lector a formarse criterio por si mismo, ya que no anticipa ni pretende imponer su opinión, sino que va reproduciendo íntegramente el contenido de su investigación, principalmente sobre el juicio. No es una obra de ficción como Piar Caudillo de dos colores de Francisco Herrera Luque, donde el autor desde el primer capítulo titulado El ajusticiado de Angostura deja clara su opinión sobre los hechos: “ lo que se debatía en el Consejo se filtró a la calle. La gente no ocultaba su indignación a pesar de los sicarios de Bolívar...” Rafael Marrón se reserva su sentir para el final, después de hacer un enjundioso estudio de la documentación más importante que tiene a su alcance la curiosidad histórica
¿Qué advertirá un abogado de hoy sobre el juicio a Piar? Comenzaría con el primer error que se comete al querer valorarlo con la ética procesal contemporánea. En efecto, ahora se exige que los jueces garanticen en sus actuaciones los principios de independencia, imparcialidad, motivación y moderación; principios que son una aspiración que no han alcanzado plenamente las sociedades de hogaño. El ilustre jurista español Manuel Atienza considera que, es muy difícil conseguir tribunales que sean absolutamente independientes, a pesar del esfuerzo que realizan organismos internacionales para lograrlo. Por lo tanto, pensar que el Consejo de Guerra que juzgó a Piar tenía que ser independiente tal y como se entiende hoy ese principio es un desacierto histórico.
En relación con la imparcialidad, hay que destacar que se quiso decidir con las pruebas presentadas, cotejando los alegatos de la defensa y la acusación y no por la voluntad arbitraria de los juzgadores. Por lo menos eso parece de las actas procesales que se transcriben en la obra que comento. Que hay errores, es cierto, pero eso lo puede saber un procesalista contemporáneo que ha estudiado la esencia de la valoración racional de las pruebas y la lógica de la decisión judicial, no aquellos hombres formados más en el arte de la guerra que en el del derecho.
Es posible que la parte más oscura del juicio sea la condena, que parece desproporcionada de acuerdo con los delitos imputados a tan ilustre reo. Aquí es donde queda la mayor duda; ¿había motivos para condenar?: si; pero fusilarlo luce como una exageración. Aunque aparece nuevamente el argumento anterior: los circunstantes eran guerreros, no humanistas que cultivaban, junto al sentido de lo justo, la tolerancia, la prudencia y la moderación; valores que deben tener los jueces de hoy, y no tenían los de ayer, y menos en aquellos tiempos de crueldad bélica.
Releer nuevamente a Manuel Piar, El juicio conduce a la tentación de querer ir más allá de lo que debe ser un comentario o presentación inicial y entrar al análisis detallado de tan apasionante tema. No voy a hacerlo, para no desconcertar al lector en el camino que traza el autor hacia los misterios que siempre están presentes en este drama histórico ¿Quién era realmente Piar? ¿Por qué, sus compatriotas lo condenan a muerte? ¿Qué hizo, y que representaba verdaderamente para merecer tan severo castigo?
Invito a saborear estas páginas, porque la pluma de Rafael Marrón nos traslada con lujo de detalles a la enigmática Guayana de 1917 para seguir los pasos de Manuel Piar, desde la gloria hasta ser “crucificado en la cruz del espantapájaros para que los niños, las palomas o los colibríes le teman” como reza el canto de la poetisa.
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